viernes, 17 de febrero de 2012

Ciudad de Can Tho. (5ª parte)


Después de una tarde muy buena y con nuestras ansias de descubrir nuevos rincones en este mundo más que satisfechas por hoy, retomamos el camino a bordo de nuestro bote, surcando una vez más, las aguas del río Mekong.


De nuevo comenzaron a sucederse, las singulares para nosotros, pero cotidianas para ellos, estampas de los lugareños de la zona.


Unos pescaban en sus pequeñas canoas, otros se aseaban en los márgenes del río, las mujeres lavaban la ropa y luego la tendían en sus humildes y estrambóticas casas...



Llegamos a un embarcadero, donde nos bajamos del bote hasta el día siguiente, y tomamos de nuevo el bus, que después de unas tres agotadoras horas de tortuosas carreteras, llegó, por fin, a la ciudad de Can Tho, de la que habíamos leído ser la urbe más importante y desarrollada del Delta del Mekong.

Paramos en un hotel cutrísimo, donde algunos de los acompañantes, se despidieron ya de nosotros, y los demás, se iban a dormir a un stayhome, con familias locales.

Un hombre se asea en una casa a orillas del Mekong.
Nosotros, por nuestra parte, salimos caminando con el guía del bus, a través de unas caóticas calles, llenas de motoristas, casi tantos como en Ho Chi Min, que circulaban más a lo loco si cabe, por las estropeadas y polvorientas carreteras de la ciudad, hasta que justo al lado del mercado principal de la misma, encontramos nuestro hotel.

Qué decir del Saigón-Can Tho Hotel, pues que al lado de todos en los que habíamos dormido últimamente, un hotelazo.

Desde que llegamos y nos registramos, nos metimos en la habitación y llenamos la bañera hasta arriba, para estar cada uno, un buen rato en remojo.

Calle del mercado, Can Tho. Fijarse en el camarero, en bicicleta y con bandeja en mano.

Renovados de energía, nos salimos de nuevo a la calle, ya anocheciendo, para buscar comida y dar un vistazo al mercado y pasear por el centro neurálgico de la ciudad, que en realidad, se reduce a las dos calles del mercado y a una pequeña avenida, bordeando al embarcadero del río.

Productos frescos, en el Mercado de Can Tho.





 
 Descubrimos que el mercado, está situado en medio de una carretera de doble sentido, con tiendas y puestos también a los lados, y que acaba justo en la mitad de un animado y concurrido paseo principal, donde se encuentra el embarcadero.

Paseo principal de Can Tho, con vistas al embarcadero.

Al caminar desde allí a la derecha, la calle acabó en un edificio más moderno, repleto de tiendas de ropa y con un elegante restaurante, y al volver desde allí, a la izquierda del mercado, llegamos a una placita, con una enorme y sorprendente estatua de Ho Chi Min.


En los puestitos de la calle, nos agenciamos unas chucherías para cenar, y nos volvimos de nuevo al hotel, para disfrutar del Internet gratis y enviar los e-mails a nuestros respectivos familiares y amigos más intimos.

La anécdota de nuestro paseo por el muelle, fue el asalto constante que sufrimos por parte de las señoras, que insistentemente nos ofrecían excursiones en sus barcas por el río.

Una señora en concreto, comenzó a perseguirnos y cada vez que me daba la vuelta y la miraba, comenzaba con su retahíla: - Que si 200.000 VND, que dos horas, que si queríamos ir al mercado flotante, que en qué hotel estábamos, que de dónde éramos...-
-¡Que no, que gracias! -

El tono de su voz, nos sonaba como los maullidos de un gato, y a Mari y a mi, nos daba la risa, sólo con verla gesticular y con oírla...

Callejuelas de Can Tho.

Seguíamos caminando, y ella, la señora, se rezagaba un poquito, haciéndose la despistada, pero cada vez que se sentía descubierta por mi mirada, atacaba de nuevo: - Que si 150.000 VND, que si en la mañana querríamos ir a ver otros pueblos cercanos... -
- ¡Gracias, no, ya tenemos bote para mañana! -.

A la quinta o sexta intentona, "desternillados" ya por la risa de oír su continuo ronroneo gatuno, cuando ella se acercó de nuevo, a Marijose le dio un flash, y dio un zapatazo en el suelo, espantándola cual felino: - "¡ZÁAPEE GATOOO!" -
 Ni yo ni la mujer lo esperábamos, y nos quedamos un segundo bloqueados mirándonos, hasta que a los tres nos dio el ataque de risa que duró un buen rato.

Le dimos por enésima vez, de buen rollito, las gracias, pero que ya habíamos pagado por una excursión. La señora, con una amplia sonrisa en la boca, se despidió de nosotros, con un - "OK, OK! 100.000 ONE HOUR!"-


Antes de acostarnos, a pesar del cansancio, se me antojó subir a la azotea del hotel, donde tenían montado una terraza, y nos tomamos unas copas, invitación de bienvenida.
No había ninguna vista que observar desde allí, pero nos quedamos absortos, viendo el festín de mosquitos, que se daban la inmensa cantidad de Jeckos vietnamitas, que correteaban cazando por todas las paredes.

A lo largo de todo Vietnam, nos encontramos con estos pequeños lagartos, que son exactamente igual que los Perenquenes autóctonos de Canarias, quizás con un tono más "amarilloso", en contraste con el verde-grisáceo de los nuestros, y puede ser que también, algo más pequeños, pero que en definitiva, daban un toque, que a veces nos hacían sentir realmente como si estuviésemos en casa. 

¡Hasta siempre, Can Tho!

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